El Diablo

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El Diablo

El Diablo (Arcano XV) es el reverso exacto del Mago o cuando este último emplea correctamente todas sus potencialidades. El Hombre abandonó la Luz y es como polvo sobre la tierra. Sin embargo, ha sido creado a imagen de Dios. Tan pronto como el hombre comienza a darse cuenta de que es como el Ángel de La Templanza, el orgullo penetra en su alma; se siente tentado a usar sus conocimientos, a ejercitar sus poderes ocultos, con malos propósitos. Entonces se aparta realmente de la Luz y cae en la Oscuridad total, como lo hizo Lucifer, como un meteoro brillante que cae del cielo a la Tierra.
Pero Lucifer también es portador de Luz. Al carecer de todo conocimiento del Mal, seríamos cual materia inanimada, incapaces de aprehender o comprender el Bien. Por eso no debemos considerar que esta carta contiene sólo una significación adversa: la elección deliberada del camino equivocado; magia negra, fuerza ciega, odio. Por el camino del mal puede venir el bien; no puede haber progreso sin error, y aun el Diablo desempeña su papel en el esquema general de las cosas. Cada uno de nosotros llega a la madurez a través de los pecados, errores y sufrimientos consecuentes; tal como lo dice Browning: «Caemos para levantarnos, somos derrotados para luchar mejor, dormimos para despertar».
En esta carta del Tarot el Diablo está parado sobre un pequeño pedestal circular, una especie de falso trono. Las manos se encuentran en posición opuesta a las del Mago; la izquierda está baja, la derecha levantada, como si invirtiera el gesto de la bendición del Papa. Sostiene en su mano izquierda una antorcha flameante, tiene alas con nervaduras similares a las de un murciélago, pies semejantes a garras y a cada lado de su gorro sobresalen cuernos dentados. El Diablo es de ambos sexos-, atados a su pedestal, una de cada lado, hay dos pequeñas criaturas, una masculina y la otra femenina, que representan los impulsos carnales.
La figura central de esta carta es la de Pan, el dios de la Naturaleza, la causa del comportamiento instintivo del hombre, de todos sus ciegos desatinos. En algunos mazos del Tarot, el Diablo está representado con las extremidades de una cabra; el macho cabrío es un prototipo de Satanás.
La aparición de Satanás en forma de una cabra era común en el Sabbat de las brujas. Esta cabra de Mendes, una combinación de fauno, sátiro y dios Pan-cabra, se convirtió en la época medieval en una definida síntesis de la antidivinidad. En Mendes, una ciudad del antiguo Egipto, Pan era reverenciado en esta forma con la mayor solemnidad. La flameante vela o antorcha en la mano del Diablo es agitada por las ráfagas de las pasiones incontroladas, que enturbian la paz del alma en sus momentos de tentación y duda. Sin embargo, esta tea encendida también es la llama purificadora de la conciencia; destruye todo lo decadente, la materia sucia y pútrida que se agita en el alma, preparándola para un crecimiento nuevo y más fuerte de la rectitud. Aquí las alas del Ángel se han transformado en las del Diablo. Algunos consideran que la antorcha constituye, además, un símbolo fálico. Aquellos que desearían penetrar en los misterios ocultos deben emplear la facultad crítica de la Sacerdotisa, la sabiduría y la cautela del Ermitaño, o de lo contrario es posible que sus dedos se quemen en la antorcha del Diablo.
Las pequeñas figuras, los Panisci, representan «la conciencia y la subconsciencia de la mente humana». Parece más razonable suponer que son, una de ellas el espíritu bueno y la otra el espíritu malo (kakodaimon). Aunque en mi opinión simbolizan, en realidad, las tendencias masculinas y femeninas hacia la virtud o el vicio, que todos poseemos, ya que cada uno tiene, en mayor o menor grado, algo del sexo opuesto. El doctor George Divine, en su tratado «La Psicología del hombre común» expone la teoría de que «no sólo la personalidad se compone de dos unidades diferenciadas, sino que estas dos unidades componentes, hablando en términos psicológicos, son sexualmcnte diferenciadas». Para un apropiado equilibrio, la personalidad predominante debe ser controlada por la del sexo opuesto, por la «unidad latente de la personalidad».